El día de ayer, durante una entrevista a Julio Guzmán en el programa Cuarto Poder, el periodista Augusto Thorndike deslizó que este le habría sido infiel a su esposa, tras la transmisión de un reportaje de Panamerica Televisión en el que se da cuenta del incendio de un departamento en Miraflores. Para Thorndike, este incendio fue ocasionado por Guzmán y una militante del Partido Morado en mayo de 2018, cuando se encontraban a solas en un aparente almuerzo romántico. 

Estos hechos han generado una lluvia de comentarios en la opinión pública. No solo se ha tildado a Guzmán de infiel, sino también de cobarde por huir del departamento en llamas sin esperar a los bomberos para atender la emergencia y salvaguardar la seguridad de otras personas. Pocos creen en la versión que dio Julio Guzmán al explicar lo sucedido.

Pero, más allá de sumergirnos en encontrar una verdad que escapa de lo público, este escándalo ha develado la ligereza para juzgar y lapidar al otro. Sin embargo, lo peor se encuentra en quienes han anunciado la muerte del Partido Morado. Una aseveración que traspasa el ámbito personal de un individuo y desenfoca la crítica, pues peca de reduccionista y falaz, al efectuar una generalización apresurada que emerge de una tendencia infeliz: me refiero a la falta de institucionalidad en los partidos políticos del país.

Es cierto que Julio Guzmán lidera el Partido Morado, pero una organización se sobrepone a las personas. Por lo tanto, no se puede extrapolar lo ocurrido al partido que representa. Es común pensar que ‘si el líder cae, cae la organización’. ¿Por qué? Pues, básicamente, porque las cosas en el Perú se han hecho mal. Lo hemos visto con Ollanta Humala y el Partido Nacionalista. O con Pedro Pablo Kuczynski y Peruanos por el Kambio. En efecto, cayeron los líderes y automáticamente ocurrió lo mismo con sus partidos. Pero, ¿eso es correcto? No. Nada que ver.

Tenemos que interiorizar que los partidos políticos no se crean para elevar al poder a un líder iluminado, símbolo de la perfección inmaculada. Ni para ‘hacerle la taba’ a un candidato en particular. Ese no es su propósito. Los partidos políticos expresan el pluralismo democrático. Son asociaciones de ciudadanos cuyo objeto es participar democráticamente en los asuntos públicos del país, para lo cual se organizan y eligen a sus propias autoridades, incluyendo a sus representantes en las contiendas electorales.

Lo que caracteriza a los partidos políticos que han nacido con la visión de quedarse en la vida política del país es su institucionalización: es decir, el proceso conforme al cual la organización y sus procedimientos adquieren valor y estabilidad en el tiempo. No se trata, por tanto, del séquito que camina bajo la sombra de un caudillo, sino de instituciones con bases organizadas sólidas y descentralizadas que permiten su correcto desarrollo interno y trabajo independiente. No son la fachada que se levanta para el momento. Hay que quitarnos esa idea equivocada.

Por ejemplo, ¿quién no asocia a Alan García con el APRA? Todos. Fue su líder. Sin embargo, luego de su muerte, el APRA se encuentra vigente. Antes de Alan estuvo, inclusive, Víctor Raúl Haya de la Torre ¿Qué se demuestra con ello? Simple, hay que separar al líder de la organización que representa. Así, por más que este haya estado envuelto en casos de corrupción, el juicio moral recae sobre un individuo. Salvo, claro está, que se trate de un asunto de criminalidad organizada (como es el caso de la acusación que pesa sobre Fuerza Popular y su lideresa).

Precisamente, esa lógica es la que aplica en el caso de Julio Guzmán. Y es que, juzgar y hacerse una opinión de las cosas está bien. Lo que no es correcto es extrapolar. Utilizar lo ocurrido como argumento para desacreditar a toda una organización en esta campaña electoral, pese a que ha demostrado visión a largo plazo, cohesión, trabajo en equipo, orden y una estructura interna que funciona. Pretender aniquilar, en ese contexto, al Partido Morado es guerra sucia.

Aquí lo determinante para el votante es la evaluación del partido como institución, su agenda legislativa y la lista electoral con sus candidatos al Congreso: no hay más. El resto son agentes distractores que no deben desviar tu atención. Más aun cuando el asunto en debate pertenece al ámbito personal de Julio Guzmán, vinculado a su derecho a la intimidad, el cual no debería ser invadido por el solo hecho de ser una figura pública. En todo caso, habría que analizar con pinzas si esta invasión a su derecho a la intimidad, por parte de los medios de comunicación, se justifica en un interés público relevante. Pero, por ahora, esa discusión es tangencial y se aleja de lo realmente importante: vale decir, la visión que se tiene del partido como organización independiente de un líder y su capacidad como institución sólida que ofrece nuevos cuadros políticos para este Parlamento.