Es usual escuchar a muchas mujeres, y hasta niñas, decir: ‘mejor hubiese nacido hombre’. Aunque suene algo muy simple, en el fondo esta frase esconde, con sutileza, el peso histórico de lo que significa ser mujer. Todas hemos sentido alguna vez el estigma de serlo. Parece que nacemos con una etiqueta que nos autodefine, desde el mismo instante en que vemos la luz durante el alumbramiento. Y no solo eso, sino que además debemos aprender a sobrevivir en un mundo de violencia, cuyo rostro más duro silencia la vida de un sinnúmero de mujeres año tras año

En lo que va del 2019, son 148 las mujeres que han sido víctimas de feminicidio en el Perú. Esta cifra sigue en aumento y a pocos meses de cerrar este año ya estamos por superar el total de casos presentados en el 2018. De hecho, una mirada estadística de lo ocurrido en el periodo 2009 al 2019 deja en evidencia cifras con una tendencia hacia el crecimiento. Este panorama es desolador para las peruanas y los peruanos. Pero más que ocasionar una ola de lamentos entre la población, nos debe llevar a cuestionarnos: ¿por qué no hemos mejorado en todos estos años?, ¿en qué estamos fallando como sociedad? Precisamente, esto es lo que pretendo desentrañar en las siguientes líneas. Veamos, entonces, a lo que me refiero.

Desde una óptica jurídica, el país tiene el compromiso internacional de combatir la violencia hacia la mujer pues ha suscrito la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) y la Declaración de Beijing en la Cuarta Conferencia Mundial sobre las mujeres. Asimismo, es parte de la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer (Convención Belem do Pará).

Sobre la base de estos instrumentos que protegen el derecho a una vida libre de violencia, el Perú ha aprobado políticas públicas y normas internas para eliminar la violencia contra las mujeres, estableciendo para tal efecto un sistema nacional en el que participan las entidades de todos los niveles de gobierno, incluidos la Policía, la Fiscalía y el Poder Judicial. Además, el país cuenta con un Plan Nacional contra la Violencia de Género 2016-2021 y se han instaurado más de 380 Centros de Emergencia Mujer para la atención de los casos de violencia a nivel nacional.

Lo que me interesa destacar con todo esto es que el Estado, como garante de los derechos de la ciudadanía, sí se ha puesto la camiseta de la no violencia contra la mujer. Aunque es innegable, al mismo tiempo, que el trabajo desplegado aún presenta fallas y hay cosas por mejorar. Pero, dejando de lado esto último, lo cierto es que la violencia que combate el Estado es generada por la sociedad en su conjunto. Por ello, en la realidad está sucediendo algo contradictorio: mientras el sistema nacional creado para eliminar la violencia funciona como una cisterna que provee agua para apagar un incendio, la ciudadanía sigue echando leña que mantiene vivas y ardientes las llamas de este incendio.

Justo por ello debemos entender que las estadísticas de feminicidios, violaciones, acoso sexual, entre otros delitos, son solo estadísticas. Lo mismo que las marchas y movilizaciones, si bien necesarias, son solo vitrinas para denunciar y sensibilizar. No sirve de mucho hacer un recuento de las cifras del mes ni salir a las calles gritando a todo pulmón por la defensa de los derechos de las mujeres. Los efectos son mínimos porque con ello no estamos atacando la raíz del problema. Si no somos capaces de darnos cuenta de eso, el panorama no va cambiar y la violencia seguirá creciendo.

Para solucionar el problema de raíz necesitamos educarnos y dejar de inyectar dosis de violencia desde nuestros hogares y nuestra propia vida personal. Hay que empezar por modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y prácticas basadas en la idea de inferioridad de las mujeres o en funciones estereotipadas.

Por esa razón, mostrarnos indignados frente a la violencia contra las mujeres solo es una careta si la persona no ha asumido el compromiso de modificarse y ser un agente de cambio respecto de los patrones socioculturales que subyugan a las mujeres. De lo contrario, la indignación mostrada termina reducida a un disfraz de hipocresía que se vende de la boca para afuera. Y es que las muertes de Eyvi Ágreda, Juanita Mendoza, Marisol Estela Alva, Helen Hernández Zabaleta y Julia Reyner Valenzuela, por mencionar algunos casos, terminan siendo impunes cuando reproducimos los mismos patrones de conducta que fueron la detonante de sus asesinatos.

No olvidemos que si la sociedad es violenta es porque las personas son violentas. Así de simple. Por lo tanto, la metamorfosis del cambio está en la gente. De ahí parte todo. No podemos seguir avalando o enseñando, por ejemplo, que las mujeres están hechas para las tareas del hogar, que merecen ser violadas si se visten con ropa diminuta o que solo pueden tener una pareja porque si no son prostitutas. Mantener esos u otros estereotipos de género conlleva normalizar y perpetuar la violencia que recae sobre las mujeres de todas las regiones del país

Ante ese escenario, el antídoto más efectivo contra la violencia es la educación. Exigir un currículo nacional con enfoque de género es el sustrato del cambio, porque los nuevos peruanos y peruanas crecerán sabiéndose iguales y sin hacer distinciones que discriminan. Esta medida de política pública desde las aulas es tan necesaria como el hecho de que los jóvenes y adultos del ahora realicen acciones concretas que reviertan, desde su círculo particular, los estereotipos de género en cualquier espacio de la vida social.

El único legado que debemos heredar a las futuras generaciones es el respeto mutuo entre hombres y mujeres. Soren Kirkegaard, en un sentido filosófico, decía que 'si clasificas o etiquetas, niegas a la persona'. No le neguemos, por ende, a nadie la posibilidad de ser y brillar, sin sentir limitaciones ni imposiciones sociales infundadas. Hay que generar una ruptura con el pasado para que la violencia contra la mujer desaparezca de una vez por todas. Y llegue el día en que nacer mujer no sea una injusticia social al no haber razón para ser comparadas con los hombres, por ser tan iguales y semejantes en derechos y libertades.