Esta vez quiero ser dura y directa. Demostrar la misma dureza con la que recibí una noticia que me resquebrajó los cimientos. Hace unos días atrás, con motivo de Halloween, algunas de las asistentes al Tenis Country Club La Planicie tuvieron la ‘grandiosa’ idea de vestirse como ‘cholas’, al mismo estilo de la ‘Paisana Jacinta’, personaje que parodia a nuestras mujeres andinas y las etiqueta como sucias, sin dientes, desgreñadas y mal educadas. ¡Así de inaudito!
¿Cómo puede ser normal que mujeres peruanas se burlen de otras mujeres igualmente peruanas? Realmente aquellas imágenes de Halloween fueron de terror: un espectáculo totalmente desesperanzador. Ese día vi encarnado el racismo y la discriminación en su faceta más cruda, revelando en vivo y en directo cuánto nos falta evolucionar como sociedad.
Osho señalaba que el ser humano podría haber alcanzado las mayores cumbres, la cima del Himalaya, pero la inconciencia de las personas consigue que la evolución siempre se posponga. Esto es una gran verdad. La evolución se retrasa constantemente por actos tan frívolos como el racismo y la discriminación: las más persistentes ‘plagas’ de la humanidad.
Desde luego, no pretendo teorizar ambas categorías pues para eso están los estudiosos en la materia. Pero sí preciso poner sobre el tapete la inconciencia de ciudadanas y ciudadanos que, a través de determinados actos como la acción de disfrazarse, perpetúan formas de racismo y de discriminación en nuestro país.
Para Marco Avilés, el disfrazarse como la ‘Paisana Jacinta’ no es un acto ‘inocente’ y puramente ‘divertido’. Todo lo contrario. Puede ser una manifestación brutal de poder, de ignorancia, de desconexión con la realidad. Las ropas que usamos como disfraz para hacer reír son las mismas que otras personas no pueden llevar en paz en la calle.
Algo que debemos reconocer es que vivimos en una sociedad violenta e individualista. Nadie nos ha enseñado a convivir pacíficamente. De hecho, este tipo de convivencia no se reduce a evitar conflictos, sino que implica, en sustancia, pensar en el otro. Vivir reconociendo la dignidad del otro, sus derechos y deberes. Significa sostener relaciones de igualdad, de respeto mutuo y evitar toda forma de violencia.
Si nos hubiesen enseñado a vivir así, a nadie se le ocurriría disfrazarse de otra persona, socavando su dignidad. A nadie le causaría gracia la ‘Paisana Jacinta’ porque es una creación distorsionada, una figura deformada de la realidad que vulnera la identidad de peruanas orgullosas de sus orígenes y los atuendos que usan. Es un personaje que crea estigmas sobre las mujeres andinas y perpetúa el racismo y la discriminación, pese a que estamos luchando por combatir estos males.
Tenemos que abrir los ojos. No podemos recorrer la autopista por la que avanzan aquellos que no tienen conciencia sobre la dignidad del otro. No hay forma de dar el salto cuántico a la evolución sino rompemos con ese círculo vicioso. Debemos empezar a cultivar conciencia de respeto por los derechos y las libertades del otro.
¿Todavía te preguntas por qué la sociedad es violenta? Pues, la respuesta está en ti mismo. Si no queremos una sociedad violenta, tan agreste para las futuras generaciones, debemos comenzar por deconstruirnos y admitir que nuestras propias acciones no nos permiten dejar atrás el velo de la violencia. Hay que reconocer que nos equivocamos cuando encubrimos a personajes que son la ‘llama viva’ de la discriminación, cuando nos disfrazamos de ‘Paisana Jacinta’ o nos reímos del ‘negro Mama’ y de las personas LGTBI. Cuando somos parte, pues, de una cultura de discriminación asolapada. Cuando compartimos sin mayor reflexión frases, memes o imágenes ‘inocentes’ y ‘graciosas’, pero que en el fondo colisionan con la dignidad del otro.
Por historia sabemos que el Perú es un país de cholos. No por algo reconocemos que somos de todas las sangres. Hay una mezcla indudable de culturas y de genes. Por lo tanto, negar nuestra choledad es algo infame, pues en la negación se esconde el rechazo hacia el otro. En voz baja, pero incisiva, estamos asumiendo que ser cholo es despreciable.
Pareciera existir una línea divisoria invisible entre los peruanos. Una línea abisal, en términos de Boaventura de Sousa. Una línea que segrega, divide, clasifica y etiqueta. Sin embargo, en el mundo no existen súper humanos, todos somos iguales: humanos al fin y al cabo. La existencia no tiene jerarquías, nadie es inferior ni superior. Todos estamos hechos de carne y hueso. Lo único que nos distingue es nuestro grado de conciencia.
Por consiguiente, no hay razón para crear diferencias que nos desunen. Cholos somos y que nadie nos compadezca. Ser cholo debe convertirse, por el contrario, en sinónimo de orgullo entre las peruanas y los peruanos, por el vínculo que nos enlaza. Necesitamos abanderar la palabra ‘enmienda’ para que cuando nos equivoquemos al segregar, dividir, clasificar o etiquetar, tengamos la capacidad de rectificarnos. Hay que convertirnos en personas intolerantes a la discriminación, pues solo así evitaremos normalizar la violencia.
Seamos una república de cholos que saben vivir pacíficamente. Una república de personas que se ponen en los zapatos del otro. Definitivamente, el no te me ‘acholes’ como señal de discriminación debe dejar de existir. Mejor achórate y empieza a tomar conciencia: ¡tus actos sí importan!